viernes, 19 de noviembre de 2010

Teoría del poema en prosa (II)


la mujer de rojo llega tumbada en la noche mirando hacia el resquicio por donde la luz se desborda
lo blanco derretido la claridad evaporada
piso así la ceniza sus sales térreas y alcalinas los óxidos metálicos de lo que fue la luz hallo jirones de su anguarina
abajo el día arde suena el resplandor de las brasas crujen los brazos y lenguas del fuego abrazan y muerden la madera la horadan
la mujer de rojo abre la boca su silencio es la dura sombra del alcaraván y grita una bruma de acero
palabra por palabra el tiempo desgrana sus instantes pero no hay tiempo pues la noche ha soñado el mar y ha vertido su veneno
la mujer de rojo tiembla cierra la boca muerde fría la arena las huellas de su paso por la playa

Excentricidades


Entra con la niebla en los talones. Se frota la cabeza como si le escocieran los remordimientos.
-Buenos días. ¿Podría fumarme un café con hielo?

Inútilmente amable, casi paternal.
-¡Caballero! ¡Por favor! ¡Déjese de estilismos literarios vacuos y arroje ya ese pulmón que tanto le está fastidiando!

Sorprendido, mira por primera vez a los ojos del cansancio.
-¿Sabe? Creo que tiene razón. Si me disculpa un instante, ahora mismo voy a escupir sobre mi tumba, y enseguida vuelvo.
Sale, dejando un rastro sucio de complejos.